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Lo que posee de vitalidad el individuo como tal, lo toma de la vida universal y es preciso que un trabajo continuo de asimilación y desasimilación –cuyos límites extremos son el nacimiento y la muerte– resta-blezca incesantemente el circuito interrumpido y encauce la corriente de la vida. “el Todo –dice Baader– es lo único que vive; cada individuo sólo vive en su relación con lo Absoluto, esto es en la medida en que supera la individualidad por el éxtasis”. De ahí que morir es acceder a otra forma de vida, pues “todo lo que es perfecto en su especie debe elevarse por encima de ella y convertirse en otra cosa, en un ser incomparable” (Goethe).

La actitud del hombre “primitivo”, y esto es necesario destacarlo, se halla determinada por elementos cognoscitivos, más que por elementos afectivos y motrices. Su conciencia no desarrollada en la dirección de la nuestra, logra descubrir correspondencias cualitativas de orden vital que al enlazar los elementos de los distintos reinos, posibilitan la unidad del cosmos en un todo viviente. Pero no sólo las intuye, sino que también las utiliza poniendo en juego la intencionalidad.

Los poetas siempre han intuido ese universo complete de coexistencias y se han rebelado contra las causas que impiden al hombre su verdadera plenitud. Rimbaud afirma que “nuestra pálida razón nos oculta el infinito” y William Blake escribe:

La Gran Obra es la conquista del punto central donde reside la fuerza equilibrada. Los hombres que llegan a ese punto central son los verdaderos adeptos, son los amigos y los confidentes de los príncipes del cielo; la naturaleza les obedece porque quieren lo que quiere la ley que hace marchar a la naturaleza.

Para Rilke, el hombre es el desgarrado peregrino de un mundo visible y otro invisible. El primero conocido por los sentidos, el segundo accesible por la intuición y la visión espiritual. Uno tridimensional y discontinuo, otro multidimensional y continuo, sólo perfilado a través del lenguaje de los símbolos. El hombre que acepta únicamente el mundo fileísico, –pensaba el poeta– se desplaza como inmerso en el sueño y no supera un conocimiento literal. Se halla hipnotizado por el mundo de las formas, reacciona a los estímulos con respuestas estereotipadas y piensa que su ser es la suma de esa multitud de actitudes mecánicas. Sin embargo, detrás de esa niebla de gestos repetidos y palabras convencionales existe un grado de verdad que Rilke conoció por sus vivencias religiosas, por su capacidad para experimentar lo incondicionado; ese “momento fuera del tiempo’ que permite la visión unitaria­ del cosmos, el acceso al “yo” secreto y misterioso.

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Su relación con las doctrinas esotéricas es tan evidente, que no se descarta la posibilidad de que hubiese sido realmente un “iniciado”. Generalmente este interrogante se considera resuelto en forma negativa, pero, de todos modos, evidencia el avance de los conocimientos nervalianos en el terreno del ocultismo. “Más que un iniciado estrechamente unido a una doctrina –escriben Amadou y Kanters– Nerval es en el ocultismo un apasionado autodidacta. Inquieto por todos los misterios, él ha ensayado ver en todas la fuentes de la tradición, en las fuentes pitagóricas y neoplatónicas, alquimistas y cabalistas”.11

Apresado por el temor se esfuerza en olvidar, se propone respuestas y acude a los razonamientos, pero ese senti-miento obsesionante ya se ha instalado en él y comienza a crecer la contingencia.

Esa subestructura no física de la mente que cumple funciones reguladoras intencionales, ha comenzado a ser reconocida por la ciencia. El medical professional Joseph B. Rhine de la Universidad de Duke, afirma que ha llegado el momento de admitir científicamente que psi pertenece a un nivel no físico de la visit realidad y estima que se trata de un element inobservable cuya existencia sólo puede verificarse a través de efectos observables.

Rimbaud odia al “hombre de la superficie”, a los superfluos y vacíos, a los idiotas autosuficientes que pretenden saberlo todo y que no son más que vanidosos proyectos. Experimenta náuseas por los imprescindibles, por los satisfechos; embiste contra la seguridad y la respetabilidad y desprecia a los funcionarios y a los escritores que “juntan una parte del fruto del cerebro” y acumulan “los productos de sus inteligencias miserables proclamándose autores”.

Las imágenes constituyen una aproximación efectiva a esa visión del mundo que desde el inconsciente se proyecta reproduciendo el macrocosmos. El hombre posee en sí mismo las fuentes del pensamiento simbólico. En las zonas oscuras de su psique permanecen vastos depósitos arcaicos poblados de símbolos y hierofanías olvidadas; “la imaginación nada en pleno simbolismo” y a pesar de su desacralización permanente, el hombre vive envuelto en imágenes antiguas y mitos degradados. El poeta es el predestinado para despertar ese caudal significativo.

Un psiquiatra alemán se asombraba de que su “enfermedad mental” hubiese sido notablemente creadora y constructiva.

Las imágenes y los símbolos del inconsciente proyectan sus sombras en un universo full; el universo viviente de la tradición ocultista que el romanticismo recreará, exaltando los mitos del inconsciente, del alma del mundo, de la unidad universal y de las correspondencias invisibles.

Lo essential del sentido genérico del ocultismo, sin embargo, se debe a Éliphas Lévi y al éxito de su obra, Dogme et rituel de la haute magie (1856). Sostenía que en las doctrinas secretas de los hebreos, caldeos y egipcios se encontraba la solución para el retorno a la unidad de la ciencia y la religión8. Y si volvemos a la línea de los impulsores del valor de lo oculto que se encubre bajo lo normalmente aceptado como significativo –percepción practical, razonamiento e intelección– desde Alberto Magno al abate Juan Tritemio pasando por Nicolás de Cusa y alcanzando en la misma línea alemana a Cornelio Agripa,9 observamos que lo importante no es llegar a intuir o palpar lo que se oculta entre las apariencias, cuanto ahondar eficazmente lo oculto, la naturaleza de lo inmanifiesto.

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